Por Nahuel Paredes
Buenos Aires | 08.11.2010 | La Tercera Voz
Es un lunes gris sobre Buenos Aires y las nubes no presagian lo mejor. Son las 4 pm y en Av. Patricias 351 la noticia no tarda en hacerse conocer: En el Hospital Naval se declara el deceso del ex dictador Emilio Eduardo Massera por aneurisma cerebral.
El 24 de Marzo de 1976, Massera junto con Videla y Agosti, derrocaron al ya debilitado gobierno de Isabel Perón e impusieron uno de los periodos mas oscuros de nuestra historia hasta el año 1983, donde daría por finalizado el proceso de “reorganización nacional”.
Fue juzgado y condenado a prisión perpetua en 1985 por delitos de lesa humanidad como tortura, privación ilegítima de libertad y asesinato. Fue indultado en 1990 durante el gobierno de Carlos Saúl Menem; sin embargo años mas tarde sería imputado y detenido bajo las causas de robo de bebés, “Plan Cóndor” y “Plan sistemático”.
En el 2005, el proceso se detuvo por daños cerebrales (alegando la defensa que no estaba en las condiciones "correctas" para ser juzgado) y finalmente en 2009, la Cámara Nacional de Casación Penal declaró la nulidad de su indulto y ratificó su cadena perpetua.
Si bien, el represor de 85 años no sería un “santo de devoción” para la razón o sentido común, hay cuestiones que se deben remarcar. Y esto constituye un paso esencial en la construcción de una nación libre y debe ser parte del proyecto nacional (frase cliché por estos días). Me refiero a los festejos por la muerte de Massera, los pedidos de la existencia de un infierno o el castigo en el averno, a viva voz por muchos artistas, periodistas, ciudadanos, o lo que es peor, funcionarios públicos.
¿De verdad somos tan egoístas, tan engreídos como para festejar por la muerte de una persona? ¿Es esta la Argentina que queremos tener?
Será que recuerdo aquellos documentales o libros, ya embebidos por el tiempo dónde algunas pancartas rezan “viva el cáncer” o donde se escucha el bocinazo. El mismo bocinazo de la intolerancia que escuchamos el pasado 27 de Octubre con la muerte de Néstor Kirchner.
Y hoy, muchos de los que avivaban en casa de gobierno al difunto ex mandatario, que flameaban banderas, que se acongojaban ante el féretro y que se indignaban ante "el bocinazo", esta tarde festejan una muerte.
Ayer la excusa parecía válida y la actitud honorable; la defensa de la participación política, la separación del personaje y la política. El intento por querer corregir y terminar con la teatralización de la política, hoy se deslegitiman ante la miseria e hipocresía argentina.
Porque cuando aceptemos y tomemos (firme por el mango) nuestras ideas y palabras como bandera de lucha, vamos a poder construir con seriedad un país respetable. Es entonces imprescindible, entender que ninguna república se construyó sobre pilares de arena que se derrumban con los vientos del ayer.
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