Por Julián Suarez Palla
Buenos Aires | 13.11.10 | La Tercera Voz
Hace unas semanas atrás, luego del deceso del ex presidente y quien ejercía la co-presidencia de la nación, Néstor Kirchner, me sorprendió la gran cantidad de personas que acudieron al velatorio en la casa rosada. Según el medio que se consultaba, se hablaban de miles y hasta millones de personas dándole su ultimo adiós al fallecido presidente. Esto me llevó, obviamente a hacer un racconto hasta hace un año atrás, cuando fallecía por el mes de marzo, Raúl Alfonsín, el mayor exponente de la democracia argentina y uno de los mayores símbolos en la lucha por los derechos humanos en nuestro país y porque no del mundo también. Por aquella ocasión miles de personas se congregaron para darle un último reconocimiento al ex presidente radical, tal como sucedió hasta hace unos días en el caso del presidente justicialista.
Ahora retomemos nuevamente a la actualidad.. ¿Qué otro acontecimiento político se recuerda que haya convocado semejante cantidad de personas, pero que deciden ir por su propia voluntad, por sus convicciones, sin pedir el pancho y la coca a cambio, ni por el hecho de que recibirían ciertos planes o subsidios a cambio de hacer ruido y llenar los espacios vacíos? Ninguno, creo yo, porque la lealtad al partido y a los líderes hoy en día no se consigue ya con buenos argumentos, ni planes ambiciosos de desarrollo nacional, ni con muestras de tolerancia y respeto por las opiniones ajenas y por los demás, sino que se consigue repartiendo (una pequeña suma) de dinero entre las personas que más lo necesitan, y sometiéndolas a una de las más aberraciones que se pueden cometer contra los ddhh: la enajenación de la dignidad y de la libertad de expresión. Estas personas ya pierden su capacidad de libre pensar, pues, de ahora en mas, deben seguir a su puntero político e ir a los actos políticos, por esos pocos pesos que solo le sirven para subsistir, pero sin los cuales su condición seria aún mas agravante.
Un claro ejemplo de esto lo encontramos en los periodos de elecciones en el interior de nuestro país, donde muchas veces a la a gente se le confisca su DNI y se la arría cual ganado hasta el lugar donde se procede a votar. En conclusión, a lo que quiero llegar es que, hoy en día, pareciera que solo la muerte puede hacer aparecer realmente la vocación y los sentimientos políticos de los ciudadanos.
Igualmente tampoco tenemos que obviar el hecho de que muchas personas que acudieron a ambos sepelios eran apolíticas, y que solo estuvieron presentes para darle un reconocimiento a lo que fue esa persona en su momento. ¿Será que sólo el final de la vida de un político aviva las pasiones populares por la política? Parecería, lamentablemente, que es así como sucede realmente.
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